El placer de jugar: escojamos los mejores juguetes

Z8bnhye 400x400


Esther Hierro Mariné | esther@marinva.es | Twitter: @esthima | Linkedin: https://www.linkedin.com/in/estherhierro/

La selección de los juguetes representa no rara vez un reto. Un buen juguete debe poder desvelar la curiosidad, las ganas de saber o simplemente la carcajada, con la certeza de que estos estímulos son verdaderas semillas de profundas adquisiciones. Así pues, hay que entender qué es el juego con mayúsculas y en singular, qué papel tienen los juegos y juguetes y cuáles son los criterios para seleccionar a los mejores mediadores y motivadores del juego para cada persona.

Hablemos sobre JUEGO, en singular y con mayúsculas

Sabemos que jugar es una fuente inagotable de placer, alegría y satisfacción, que permite el crecimiento armónico del cuerpo, la inteligencia, la afectividad y la sociabilidad. Ahora y siempre, el juego fue y es un elemento fundamental en el desarrollo de las personas. Por eso, si hablamos del ser humano debemos hablar sin duda de juego. En su magnífico libro Homo Ludens, Johan Huizinga nos define como tales (‘persona que juega’) frente al homo faber (‘la persona que hace’) o incluso el homo sapiens (‘la persona que piensa’). Así, el homo ludens está abierta al misterio y a la belleza. Vive el presente, acepta riesgos, abraza la incertidumbre, supera miedos a equivocarse, vive las situaciones como retos.

El juego es la principal actividad infantil. Jugar es una necesidad, un impulso vital, primario y gratuito, que nos impulsa a explorar el mundo, a conocerlo y dominarlo. Que nos empuja a mirar, tocar, experimentar, descubrir, expresar, imaginar, recrear.

Si los seres humanos mantenemos la actividad lúdica a lo largo de toda nuestra vida es porque el juego es mucho más que los juegos. Distingamos un momento en este punto entre este «juego» (en singular y con mayúsculas), lo que los anglófonos llaman play, de los «juegos» (en plural y con minúscula), lo que llamarían games. El primero hace referencia a una actitud ante la vida, capaz de disfrutarla, independientemente de la realidad que nos ha tocado vivir, a pesar de las cartas que nos han salido; una actitud agradecida, con sentido del humor…

Es el turno de los juguetes

Una vez revisada la potencia de algo tan poderoso como el juego, aparecen «en la partida» los juegos y juguetes como claros mediadores y motivadores del juego. De hecho, el juguete tiene como principal función la de estimular el juego, favoreciendo los momentos de divertimento y facilitando el ejercicio de las distintas habilidades y capacidades del niño.

Al mismo tiempo, la sociedad no valora el juguete como elemento de crecimiento, sino más bien como objeto de regalo y consumo, al igual que sigue definiendo, implícitamente, el juego como lo no serio, aquella actividad propia de la etapa infantil que superamos cuando nos «hacemos mayores, serios y responsables».

Si el origen del juego se pierde en el tiempo, la historia de juegos y juguetes está intrínsecamente vinculada a la de la humanidad. Juegos como la rayuela, la pelota, seguir al rey, la muñeca, la taba o el awele, tienen un profundo significado ya que han acompañado a hombres y mujeres durante muchos milenios, atravesando la historia con una permanencia e inmortalidad sorprendente. Os invitamos a preguntaros… ¿Un objeto que ha sido capaz de sobrevivir a la civilización que le ha creado puede ser algo útil, frívolo o banal?

Pero, ¿qué es un juguete?

El Diccionario de la Lengua Española dice «objeto atractivo con el que se entretiene a los niños». La Enciclopedia Catalana lo define así: «objeto hecho expresamente para jugar, para el entretenimiento de los niños». Dos definiciones, desde el punto de vista del juego, pobres y poco exactas.

¿Y los objetos que se convierten en juguetes en manos de los niños como la escoba, las botellitas de agua o su propio cuerpo?

¿Y los juguetes que no solo «entretienen» a los niños, como los trenes eléctricos, un juego de construcción o un juego de cartas con los que también disfrutamos los adultos? ¿Se puede reducir la definición de juguete a la de objeto para niños?

¿Podría ser que estas definiciones nos lleven a olvidar que el juego es inherente a la humanidad y no solo a los niños?

Charles Béart, en su libro Historia de los juegos, publicado en París en 1967 nos ofrece la siguiente definición: «El juguete es el soporte del juego, ya sea este concreto o ideológico o simplemente utilizado como tal o puramente fortuito». En este caso, la aproximación es mucho más exacta: no excluye al adulto, está claro que es el juguete que depende del juego y no al revés y, por último, nos dice que es el jugador quien convierte, a través del juego, el objeto en juguete, introduciendo una reflexión importante, es decir: ningún juguete concebido como tal garantiza en sí mismo el juego.

De esta definición podemos desprender tres grandes tipos de juguetes:

  • Los juguetes fortuitos: una piedra, la arena, la escoba, el propio cuerpo… Cualquier objeto utilizado como soporte del juego. En este caso, el juguete adquiere un límite temporal: mientras dura el juego; y una dimensión imaginaria: el objeto inventado.
  • Juguetes autoconstruidos: concebidos e inventados por el niño para acompañar un juego específico. Pueden ser más o menos efímeras pero nunca improvisadas: personajes hechos con pinzas de tender la ropa, jugar a barcos con papel y lápiz, hacer vestiditos para las muñecas, comidas con plastilina o con hierbas y flores del campo…
  • Juguetes comercializados: artesanales o industrializados, creados por el adulto como estimuladores del juego.

En todos los casos se supone que los juguetes son un soporte para el juego, por tanto, un juguete que no sea jugable, estimulador o motivador del juego, no merece llamarse como tal.

Cuando hablamos de juguete no podemos olvidar ninguno de los diferentes tipos que acabamos de nombrar porque todos ellos son buenos y necesarios para el desarrollo de un juego sano y rico en propuestas, que realmente «eduque» positivamente a nuestros niños. Todos ellos nos ayudan a crecer como personas, procurando ser adultos con capacidad de ser libres, disfrutar, ser curiosos, con ganas de ser, saber y compartir.

Desde esta mirada, le animamos pues a:

  • Permitir más el juego fortuito.
  • Estimular más el juguete autoconstruido.
  • Seleccionar mejor el juguete comercializado.

¿Por qué y con qué criterios es necesario seleccionar los juguetes?

Es necesario seleccionar los juguetes porque la oferta es enorme y de muy diversa calidad, tanto conceptual, como ergonómica, como estética, como técnica. No todos los juguetes son una buena idea, ni todos tienen diseños adecuados, no todos reúnen los mismos estándares de calidad y, además, ni podemos ni deberíamos querer «poseerlos» todos. Por tanto, hay que elegir.

No todos los «buenos» juguetes lo son para todos los niños, ni a todos los niños les gusta lo mismo. Es necesario conocer bien a los niños y niñas y conocer bien la oferta de juegos y juguetes. Es necesario pues estar formado e informado para elegir con sentido común.

Los criterios son claros. Unos se refieren al propio juguete y otros tienen relación con el niño al cual se ofrecerá.

Refiriéndonos a los propios juguetes, hay que tener presente:

  • Que sean estimuladores, que potencien algunos de los aspectos del desarrollo sensorial y motriz, cognitivo, afectivo o social de los niños.
  • Que sean suficientes y variados.
  • Que sean de calidad, sólidos y bien hechos. Que cumplan correctamente el objetivo para el que han sido creados.
  • Que sean seguros, cumpliendo con todas las normativas específicas de la Comunidad Europea.

Si nos referimos a los juguetes en relación con el niño en concreto, es necesario tener presente:

  • Que estén ligados a los intereses de ese niño en concreto.
  • Que sea adecuado a su edad.
  • Que le resulte estimulante, atractivo y motivador. No a todos los niños les gusta lo mismo.

¿Podemos decir que los juguetes elegidos con estos criterios son juguetes educativos?

Lo primero que hay que aclarar es qué queremos decir cuando colocamos junto a «juguete» el adjetivo «educativo». ¿Quiere decir ‘juguete que enseña’, ‘juguete que educa’, ‘juguete para aprender’? ¿Damos a educar, enseñar y aprender el mismo significado?

A menudo utilizamos educar y enseñar como sinónimos, interpretando el enseñar como la voluntad de hacer aprender conocimientos, dando así al juguete educativo un significado de didáctico, es decir, juguete ideado para enseñar algo.

Los educadores sabemos que educar va mucho más allá que la pura transmisión de conocimientos formales. Educar es enseñar a vivir, a desarrollarse como persona, a crecer…

Un juguete educativo es todo aquel que nos motiva hacia la superación personal, la expresión de sentimientos, la superación de miedos y carencias, la alegría y la satisfacción del éxito de la conquista, del compartir, del esforzarnos, favoreciendo la sana interiorización de normas y pautas de comportamiento social.

Un buen juguete no tiene ninguna necesidad de ser exclusivamente «didáctico». Si es verdaderamente lúdico, desvela inconscientemente al niño hacia la relación, la belleza, la lógica, lo imprevisto…, si es estimulante, si despierta la curiosidad, las ganas de saber o simplemente la carcajada, es evidentemente un juguete educativo. Y todos estos estímulos son verdaderas semillas de profundas adquisiciones.

Debidamente seleccionado y utilizado, el juguete es un elemento de primer orden en la educación, convirtiéndose en un magnífico aliado en nuestra labor educativa, en el ámbito profesional o personal.

Referencias bibliográficas

Béart, Ch. (1967). Historia de los juegos. Editorial R. Caillois.

Huizinga, J. (1984). Homo Ludens. Alianza Editorial.