Dentro de treinta años, lo más probable es que las buenas prácticas actuales con familias dejen de ser minoritarias y pasen a generalizarse a la mayoría de los centros y programas. Pero también sería deseable un cambio en profundidad en la concepción de la educación infantil, un cambio que ponga en el centro de la intervención no solo al niño, sino también a su familia.