El ajetreo, la rutina, el duro ejercicio de sobrevivir con más o menos dignidad actúa sobre nosotros como una niebla.
Una niebla densa vela nuestros ojos y percibimos el entorno y al prójimo como sombras más o menos difusas, menos cuanto más cercanas. A causa de esa niebla vivimos ajenos al sufrimiento de los demás, a los dramas y a las amarguras de nuestros propios vecinos, de nuestros amigos y compañeros, incluso de las personas que decimos querer.
Las palabras, frases, las páginas de, levantan esa niebla, pero bajo la aparente cotidianidad que describe, intuimos que se esconde un d…