Dar clase a quienes no quieren en un mundo aceleradamente cambiante supone un reto que se puede afrontar desde una actitud de lamento inútil o desde la búsqueda proactiva de soluciones que conviertan debilidades en fortalezas: abusos en respeto, pasividad en implicación o dejadez en perseverancia, y todo ello al servicio de formar personas, desarrollando todas sus potencialidades para que se adapten funcionalmente al mundo que les toque vivir.