Durante muchos años, nuestra escuela ha sido la escuela del silencio. Hablaba el maestro, callaban los alumnos. Las intervenciones de niñas y niños se limitaban a contestar lo previamente inquirido por el profesor, y sus respuestas eran inmediatamente aprobadas o reprobadas por éste. Se hablaba con admiración y gratitud de quienes permitían preguntar en clase. No se podía tomar la palabra sin pasar un estricto protocolo, y las únicas escapatorias a este rígido modelo venían por dos frentes: uno podía “desconectar” -distraerse- mientras peroraba el maestro; una podía cuchichear m…
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