A estas alturas casi todos los pedagogos están de acuerdo en que la mejor situación para aprender resulta ser aquella en que la actividad es tan agradable y satisfactoria para el aprendiz que no puede diferenciarla del juego (Zapata, 1989). Pero, ¿por qué hacer jugar al niño?, ¿por qué pretender organizar sus actividades lúdicas y esforzarnos por programárselas de un modo adecuado? Al margen de que un niño se lo pase francamente bien de vez en cuando pueda ser trascendental por razones emocionales, existe algo que muchas veces se olvida y que honradamente creemos es el elemento ce…