Un solo curso escolar y 80 m2 de espacio natural, convertido en un huerto escolar (lo que ocupa un aula tradicional), bastan para percibir y asumir que los niños y las niñas aprenden desde el goce y la alegría. El alumnado necesita disfrutar cuando realiza tareas y actividades, así, finalmente, aprenden. Todo eso y más, lo experimentan en un huerto escolar.