En una sociedad compleja, la educación y la escuela, en particular, presentan una doble fragilidad. Atrapada entre disputas ideológicas y políticas, no siempre del todo honestas, la educación fluctúa con un vaivén inquietante, según cómo vengan las aguas; al mismo tiempo, la escuela parece resistir a pesar de los embates continuos que la recortan y cuestionan, incluso, su existencia. La mirada corta, demasiado habitual en el mundo de la educación, se paga cara.