Las clases de literatura se situaban, en la amplia escala del tedio, arriba de química, debajo de civismo y antes del recreo. Para los profesores era peor aún. Se les notaba la incomodidad desde que sacaban un manual en cuya portada había un Quijote emaciado y un Sancho adiposo de cuatro papadas. […] Había un pacto no confesado entre todos los involucrados (autoridades, maestros, paterfamilias): la literatura sirve para aborrecerla. En la consecución de vacunar contra los libros para siempre a los educandos, el sistema pedagógico nacional alcanzaba, sin duda, los más claros timbres…