Un día mi madre empezó a lavarme la cara con más ahínco del normal hasta sacarme brillo de las mejillas y yo me preocupaba; después me fregó las rodillas con sosa cáustica para disolver las diversas capas de roña y yo lloraba; me puso un vestido nuevo que era de color marrón claro con una blusita fruncida sujeta a los pantalones con cuatro botones de nácar, me peinó una onda suave sobre la frente ya despejada y me llevó a la escuela de párvulos saltando todos los charcos que habían dejado los chaparrones de mediados de septiembre, con un sol todavía caliente, las moscas ya pe…