Hay pasajes de mi infancia que conservo transformados en olor. Uno de ellos es el de la hoja parroquial que cada semana recibíamos en casa con puntualidad, donde además del evangelio del domingo, triduos y novenas, no faltaba nunca una carta pastoral, en la que el viejo párroco de la iglesia de San Ildefonso mariposeaba sobre lo divino -en especial sobre lo divino- y un poco sobre lo humano. Pocos años después, ya en el bachillerato, el mismo olor a tinta solía perseguirme durante los cursos obligatorios de formación del espíritu nacional, cuando neofalangistas del Frente de Juventu…