Evaluar la oralidad pública no es una tarea fácil, ni para el evaluador, el docente; ni para el evaluado, el alumno que habla; ni para los receptores -–también evaluadores–, los compañeros de clase. La especificidad de la enseñanza de la lengua oral encuentra su correspondencia en la especificidad de la evaluación de la oralidad. El presente artículo reflexiona sobre esta singularidad y propone alternativas para hacer factible la mejora de la oralidad pública de todo el alumnado del aula.