Como responsable de matemáticas de la primera Escuela Europea Británica siempre busqué la manera más eficaz de enseñar esta materia a los jóvenes. Les animaba a argumentar sobre las explicaciones proporcionadas por su libro de texto y por mí; no debían aceptar nada como cierto sin argumentar a favor de un entendimiento. Aprendieron a escuchar otras opiniones, a dar y aceptar la crítica sin resentimientos, a decidir sobre su conclusión.