Ante el interrogante «¿qué educa de la música escolar?», en este artículo se practica el juego dialéctico entre fortalezas/debilidades y se entrega una propuesta que, saltando los muros perimetrales disciplinares y autocomplacientes de los saberes (y de los expertos) tras los que se parapetan, facilite conexiones sensibles con otras áreas, permitiendo sortear los aislamientos ampliando el entendimiento colectivo, desde las relaciones entre sonido, músicas y la construcción fraterna de un sujeto social en comunidad intelectual y espiritual.
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