Frente a los enormes desafíos que supone la educación en la cárcel, numerosas experiencias, incluso proyectos autogestionados por personas privadas de su libertad, abren una brecha en el régimen de silencio y construyen la posibilidad de un «antidestino» (Núñez, 2007). En muchas de ellas, la literatura, en especial la poesía, tiene un lugar significativo y se articula en redes de sentido con otras prácticas educativas y culturales intramuros.