La mirada que escucha sería uno de los elementos imprescindibles en una escuela del futuro, en la que cada infante habría de tener la convicción de que alguien va a mirarlo, a escucharlo, a «estar por él», dejando a un lado las inercias sobreescolarizantes, la despersonalización, una escuela donde se conjugaran bien las cosas del aprender y las del querer.