¿Quién no recuerda la fascinación que pueden producir los sonidos de los pájaros, cuando en una soleada mañana y con despreocupada intención, comenzamos a escucharlos? Porque al oírlos atentamente tomamos conciencia de su variedad y belleza. Difícil, entonces, reprimir el deseo de imitarlos. Juntamos los labios y nuestros silbidos trazan dibujos similares a los escuchados, buscando dialogar en su lenguaje.
Desde siempre estuvo en el hombre el deseo de imitar el sonido de los pájaros, tal vez con el secreto deseo de acercarse más a ellos, de comunicarse y por qué no, de “volar” com…